"Yo creía que no creer era malo, hasta que descubrí que aún peor es creer que creo. Yo creía que dudar de lo que siento era malo, hasta que descubrí que aún peor es hacer como que no dudo y como que no siento".
Qué puede ser peor que haber perdido la fe, ¿acaso pensar que por haberla perdido me sabe a nunca haberla tenido en un principio? Es el mal del ciego que creía haber comenzado a ver, que luego pierde de nuevo la vista y en realidad no extraña la luz. Yo tanto que me quejaba de los mártires y ahora mi pereza mental abusa de la víctima que todos llevamos dentro.
Desistir fue tentador -y digo fue, porque ya no lo es- vencí la tentación de la manera más laxa que la conciencia permite: cayendo en ella; en sus fuertes brazos, que en adición a mi debilidad, resultan la trampa perfecta, la imbatible prisión de lo neutro y lo indiferente. Sé que hay un mundo cuesta arriba al final de este túnel, conozco las consecuencias, conozco los riesgos y también sé que nada es imposible, sólo no sé que cara poner cuando llegue a la luz y la luz dé con mi cara.
Me han dicho que el ojo humano no fue hecho para ver la luz, sino lo que la luz ilumina. Pues entonces no entiendo, soy capaz de ver todo eso, de apreciarlo incluso de disfrutarlo, más no de desearlo para mí. No es que no crea merecerlo (ego hasta me sobra), tal vez sea que siento que lo conozco tanto, que creo no necesitarlo del todo. Pero el mundo me dice todo lo contrario, entonces... ¿no seré acaso ese soldado que marcha con izquierdo, mientras todos avanzan con derecho y piensa para sí, "míralos a todos marchando mal"?.
He probado muchas cosas, como esperar sentado a que a la luz le crezcan manos que vengan, me consuelen y me lleven de la mano como a un niño perdido, a esa cabina donde vocearán al público y dirán: "Encontramos a un niño descuidado, que no responde a ningún nombre y a la vez a todos los nombres, favor de pasar por él a la cabina de objetos perdidos y encontrados", eso sería perfecto.
Creo que el problema es mi imaginación, tal vez me hace falta pensar menos y actuar más, por instinto de supervivencia. Si fuimos hechos para ver lo que la luz ilumina, sin tratar tanto de ver la luz y mucho menos tratar de saber a qué huele y a qué sabe, entonces enfocarse en lo sencillo, en pasar las cosas por los sentidos antes de quererlas tocar especulando.
"No hay nada que esté en la mente, que no haya pasado por los sentidos".
Avanzar de mano de la duda como un sentido más. No esperar ver por donde caminar, sino caminar a oscuras en busca de la luz, para al final, ya con todo iluminado, sólo comprobar que mi fe hizo lo que abría hecho la luz, que mi fe siempre fue mi luz.
"Yo creía que no creer era malo, hasta que descubrí que aún peor es creer que tengo que estar completamente seguro de todo lo que creo. Yo creía que dudar de lo que siento era malo, hasta que descubrí que aún peor es hacer de la duda un sentimiento y no un motor de curiosidad que me impulse a buscar la luz".
Qué puede ser peor que haber perdido la fe, ¿acaso pensar que por haberla perdido me sabe a nunca haberla tenido en un principio? Es el mal del ciego que creía haber comenzado a ver, que luego pierde de nuevo la vista y en realidad no extraña la luz. Yo tanto que me quejaba de los mártires y ahora mi pereza mental abusa de la víctima que todos llevamos dentro.
Desistir fue tentador -y digo fue, porque ya no lo es- vencí la tentación de la manera más laxa que la conciencia permite: cayendo en ella; en sus fuertes brazos, que en adición a mi debilidad, resultan la trampa perfecta, la imbatible prisión de lo neutro y lo indiferente. Sé que hay un mundo cuesta arriba al final de este túnel, conozco las consecuencias, conozco los riesgos y también sé que nada es imposible, sólo no sé que cara poner cuando llegue a la luz y la luz dé con mi cara.
Me han dicho que el ojo humano no fue hecho para ver la luz, sino lo que la luz ilumina. Pues entonces no entiendo, soy capaz de ver todo eso, de apreciarlo incluso de disfrutarlo, más no de desearlo para mí. No es que no crea merecerlo (ego hasta me sobra), tal vez sea que siento que lo conozco tanto, que creo no necesitarlo del todo. Pero el mundo me dice todo lo contrario, entonces... ¿no seré acaso ese soldado que marcha con izquierdo, mientras todos avanzan con derecho y piensa para sí, "míralos a todos marchando mal"?.
He probado muchas cosas, como esperar sentado a que a la luz le crezcan manos que vengan, me consuelen y me lleven de la mano como a un niño perdido, a esa cabina donde vocearán al público y dirán: "Encontramos a un niño descuidado, que no responde a ningún nombre y a la vez a todos los nombres, favor de pasar por él a la cabina de objetos perdidos y encontrados", eso sería perfecto.
Creo que el problema es mi imaginación, tal vez me hace falta pensar menos y actuar más, por instinto de supervivencia. Si fuimos hechos para ver lo que la luz ilumina, sin tratar tanto de ver la luz y mucho menos tratar de saber a qué huele y a qué sabe, entonces enfocarse en lo sencillo, en pasar las cosas por los sentidos antes de quererlas tocar especulando.
"No hay nada que esté en la mente, que no haya pasado por los sentidos".
Avanzar de mano de la duda como un sentido más. No esperar ver por donde caminar, sino caminar a oscuras en busca de la luz, para al final, ya con todo iluminado, sólo comprobar que mi fe hizo lo que abría hecho la luz, que mi fe siempre fue mi luz.
"Yo creía que no creer era malo, hasta que descubrí que aún peor es creer que tengo que estar completamente seguro de todo lo que creo. Yo creía que dudar de lo que siento era malo, hasta que descubrí que aún peor es hacer de la duda un sentimiento y no un motor de curiosidad que me impulse a buscar la luz".
descubrir que miramos por la misma ventana
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