Viajaba en autobus pensando en lo terrible que es viajar en autobus, al parecer el choffer había decidido no poner alguna película; quizás se había enterado de toda la controversia sobre los derechos de autor y no tenía ninguna película original. Qué honesto choffer, pero debí preguntarle si el album completo de Ana Gabriel, que escuchamos todo el camino ya que se repitió por lo menos dos veces, también era original. Para poder llegar a la honestidad del tipo y que lo quitara por el amor de Dios. ERA TERRIBLE.
Nadie me vio sonreír cuando recordé que en la bolsa de enfrente de mi abrigo había echado mi reproductor de MP3, ¡estaba salvado! Rápidamente saqué mi libro de Calvin & Hobbes y perdí algunos minutos desenredando mis audífonos, que curiosamente siempre parecen hacerse nudos a propósito, como si se pusieran a bailar en cuanto los mete uno a la bolsa. Cuando logré desenredarlos, me los puse, abrí mi libro y busqué el separador para seguir riendo donde me había quedado; todo iba a mejorar por un rato, porque la luz de día ya no era mucha. Encontré el separador en la página 160 y no pude evitar leer una tira antes de encender mi reproductor, justo me estaba riendo a carcajadas por dentro, cuando intenté poner la música que me frenó en seco. El aparatejo no tenía batería. Recordé que había pensado en ponerlo a cargar la noche anterior, también a Lucy (mi cámara) pero no lo hice. ERA TERRIBLE.
Como saliendo de un hermoso trance de buenas expectativas, volví a escuchar a la gran Ana Gabriel cantando una de Chente, al niño de enfrente preguntando si faltaba mucho para llegar y al señor de atrás roncando como al ritmo de la canción. Se había terminado, puse a Calvin & Hobbes de vuelta en la mochila y con mucho desdén aventé también ahí mi reproductor de música, volteé a ver la hora y faltaban por lo menos cuarenta y cinco minutos para llegar, ya que, por cierto; el camión iba sumamente lento. ERA TERRIBLE.
No sé cuánto tiempo pasó, ni sé qué hubiera pasado si las ventanas del autobus se pudieran abrir. ERA TERRIBLE. O por lo menos lo fue, hasta que salí de mi pequeño mundo individual y recordé que tenía un compañero de asiento (de lado del pasillo) que no había dicho una sola palabra en el camino. "Hubiera platicado con él", pensé. Disimuladamente volteé a mi izquierda para verlo, era un anciano de pocos cabellos blancos que miraba fijamente por la ventana que estaba a mi derecha y su cara estaba iluminada por un tono rosado-naranja que yo no había notado, todo el lugar estaba iluminado así. Yo no pude evitar ser imprudente, tal vez puse cara de idiota porque al señor se le escapó una sonrisa. Luego, sin decir nada, me vio y luego señaló con su mirada la ventana, invitándome a ver.
Ya desde que había notado que el camión estaba extrañamente iluminado estaba yo viviendo aquéllo como en un sueño, pero justo cuando giré la cabeza a la derecha, como me había indicado el anciano y mi vista atravesó el cristal de la ventana, todo se volvió a silenciar. Ya no era terrible, era cautivador, el cielo no sabía si ponerse rojo, naranja, rosa, amarillo o azul y entre que decidía nos daba un concierto de colores que enamoraía a cualquiera. Rápidamente y sin pensar, saqué a Lucy sabiendo que estaba descargada, pero curiosamente encendió, sabía que tenía que hacer la foto en un solo intento, sin tardarme todo lo que tardo en enfocar y sin hacer las primeras dos o tres fotografías de prueba. En el silencio que percibía sonó entre el concierto de luces el cerrar y abrir del obturador, ni siquiera alcancé a ver la fotografía porque Lucy se apagó. Cuando menos pensé, ya el cielo se había decidido por un color, el azul obscuro, y aquel espectáculo había terminado.
Nadie me vio sonreír cuando recordé que en la bolsa de enfrente de mi abrigo había echado mi reproductor de MP3, ¡estaba salvado! Rápidamente saqué mi libro de Calvin & Hobbes y perdí algunos minutos desenredando mis audífonos, que curiosamente siempre parecen hacerse nudos a propósito, como si se pusieran a bailar en cuanto los mete uno a la bolsa. Cuando logré desenredarlos, me los puse, abrí mi libro y busqué el separador para seguir riendo donde me había quedado; todo iba a mejorar por un rato, porque la luz de día ya no era mucha. Encontré el separador en la página 160 y no pude evitar leer una tira antes de encender mi reproductor, justo me estaba riendo a carcajadas por dentro, cuando intenté poner la música que me frenó en seco. El aparatejo no tenía batería. Recordé que había pensado en ponerlo a cargar la noche anterior, también a Lucy (mi cámara) pero no lo hice. ERA TERRIBLE.
Como saliendo de un hermoso trance de buenas expectativas, volví a escuchar a la gran Ana Gabriel cantando una de Chente, al niño de enfrente preguntando si faltaba mucho para llegar y al señor de atrás roncando como al ritmo de la canción. Se había terminado, puse a Calvin & Hobbes de vuelta en la mochila y con mucho desdén aventé también ahí mi reproductor de música, volteé a ver la hora y faltaban por lo menos cuarenta y cinco minutos para llegar, ya que, por cierto; el camión iba sumamente lento. ERA TERRIBLE.
No sé cuánto tiempo pasó, ni sé qué hubiera pasado si las ventanas del autobus se pudieran abrir. ERA TERRIBLE. O por lo menos lo fue, hasta que salí de mi pequeño mundo individual y recordé que tenía un compañero de asiento (de lado del pasillo) que no había dicho una sola palabra en el camino. "Hubiera platicado con él", pensé. Disimuladamente volteé a mi izquierda para verlo, era un anciano de pocos cabellos blancos que miraba fijamente por la ventana que estaba a mi derecha y su cara estaba iluminada por un tono rosado-naranja que yo no había notado, todo el lugar estaba iluminado así. Yo no pude evitar ser imprudente, tal vez puse cara de idiota porque al señor se le escapó una sonrisa. Luego, sin decir nada, me vio y luego señaló con su mirada la ventana, invitándome a ver.
Ya desde que había notado que el camión estaba extrañamente iluminado estaba yo viviendo aquéllo como en un sueño, pero justo cuando giré la cabeza a la derecha, como me había indicado el anciano y mi vista atravesó el cristal de la ventana, todo se volvió a silenciar. Ya no era terrible, era cautivador, el cielo no sabía si ponerse rojo, naranja, rosa, amarillo o azul y entre que decidía nos daba un concierto de colores que enamoraía a cualquiera. Rápidamente y sin pensar, saqué a Lucy sabiendo que estaba descargada, pero curiosamente encendió, sabía que tenía que hacer la foto en un solo intento, sin tardarme todo lo que tardo en enfocar y sin hacer las primeras dos o tres fotografías de prueba. En el silencio que percibía sonó entre el concierto de luces el cerrar y abrir del obturador, ni siquiera alcancé a ver la fotografía porque Lucy se apagó. Cuando menos pensé, ya el cielo se había decidido por un color, el azul obscuro, y aquel espectáculo había terminado.
Mientras ponía a Lucy de nuevo en su maleta, el anciano me dijo "Qué bueno que le tomó una foto al atardecer, para que lo disfrute más, yo pensé que de plano se lo iba a perder por estar desenredando sus cables".
¿QUÉ? ¿O sea que tuve esa vista durante más tiempo del que la disfruté pero no la había notado?
Eso sí que de verdad es terrible. Qué sabios son los viejos, que no pierden el tiempo en cosas inútiles.
"Vida es eso que pasa en lo que desenredas tus audífonos"
¿QUÉ? ¿O sea que tuve esa vista durante más tiempo del que la disfruté pero no la había notado?
Eso sí que de verdad es terrible. Qué sabios son los viejos, que no pierden el tiempo en cosas inútiles.
"Vida es eso que pasa en lo que desenredas tus audífonos"
Cada nube es un vaquero altanero que te reta a desenfundar la cámara al momento.
<3
ResponderEliminarbuena bola
ResponderEliminarPude imaginar cada detalle :)
ResponderEliminarMe encantó leerte Jaciel.
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